De vez en cuando repito una frase que no es mía ni original, y con la cual no comulgo, pero me encanta ver la reacción de la audiencia porque en algunos se produce ese curioso efecto de estar íntimamente de acuerdo pero no poder expresarlo porque es ir a contracorriente. La frase dice que “el mejor equipo es el que está compuesto por tres personas cuando uno está enfermo y otro de vacaciones”. El objetivo es provocar y os garantizo que lo consigo, especialmente a los dogmáticos y gurús del trabajo en equipo, mantra que hemos usado durante treinta años y aplicado indiscriminadamente hasta gastar el concepto. No me malentendáis: soy un firme defensor del equipo y por eso me permito robaros unos minutos para reflexionar sobre la evolución de los mismos en estos tiempos de pandemia.
Y la primera reflexión es que este artículo lo podrías haber escrito tú tranquilamente porque tienes experiencia: mandaste a tus chicas y chicos a teletrabajar hace más de un año, no sabes cuándo volverán, las cosas han ido saliendo más o menos bien (a ver quién es el primero que rompe el paradigma imperante de que todo ha ido fenomenal, y dice que no es verdad, que hay trabajos que no se han hecho igual de bien y que a veces el ojo del amo engorda al caballo), no has tenido bajas, te has comunicado regularmente con ellos por Teams y parecen estar contentos porque se ponen el fondo de pantalla adecuado para que no se note que están tumbados en la cama o teniendo una reunión seria en calzoncillos. Además, te ahorras la mala cara cuando los ves en la máquina de café, los gritos (¿verdad que las broncas ya no son iguales?) y la cena de Navidad. Por tanto, el teletrabajo no ha influido en el trabajo en equipo y casi podríamos decir que ha tenido efectos beneficiosos sobre él. Y aquí enarco la ceja en modo Sobera porque creo que el axioma es demasiado simplista.
Creo que es patente que hemos perdido interacción con los colegas, tanto la que se produce en la oficina como la de fuera y que es clave para cohesionar los equipos: las risas sobre cómo va conjuntado no sé quién de otro departamento, las cañas al terminar de trabajar, el reto del partido de pádel o de futbol sala contra esos matados del otro departamento, el plan de subir un puerto en bici o a pie pero juntos, esas y mil otras más son pegamento para la cohesión del equipo, y es bastante notorio que las estamos perdiendo. De aquí no debe inferirse que como eso no sucede el equipo ya no funciona porque no es así: hay equipos que no funcionan a pesar de tener esas características y otros que lo hacen perfectamente sin tenerlas, por lo que debo asumir con resignación que quizás la opinión está muy sesgada por mi definición de equipo. De la misma forma, sé que muchos de vosotros coincidís con mi opinión e incluso estaríais abiertos a interactuar con los que no os caen tan bien, sea para echar una caña o asistir a una de esas catas de vino donde la mayoría siguen pensando que tanino es una deidad griega y la identificación de frutos rojos es una prueba con cámara oculta. O para ir a un congreso, una feria, una presentación, un seminario, a cualquier sitio que rompa la rutina en que nos hemos instalado.
Y resalto en párrafo aparte la pérdida de la calidad comunicativa. Pongo el énfasis en la palabra calidad porque argumentareis con razón que la cantidad no se ha perdido: hay infinidad de llamadas de Teams, chats, mails, videoreuniones de proyecto o del equipo, grupos de trabajo que comparten información en Sharepoint o cualquiera de los sistemas que existan, o posts, amén de la miríada de otras aplicaciones y programas que desconozco. Sin embargo me parece que hemos perdido los matices que una comunicación presencial aporta, que el minuto que tardabas en ir a la mesa de otro compañero y comentar un tema cara a cara no era perdido, que se crean franjas improductivas en función de cuando hacen las pausas los miembros del grupo, que a veces comunicamos para que sepan que estamos vivos y trabajando, que de momento no hay nada comparable a ver la cara del otro en una negociación, vamos que no deberíamos perder eso por nada del mundo.
Tú, que eres un gran director, ya te habías dado cuenta de esto y lo suples con reuniones lúdicas virtuales, o sorprendes a uno de los tuyos con una fiesta sorpresa con globos, o les das más libertad a ciertas horas mientras preparas un plan estajanovista en otras con seguimiento, indicadores, etc. Por cierto, igual que estar en la oficina no garantiza que estén trabajando, haber hecho el login a la hora desde casa no garantiza tampoco que lo estén haciendo. Y una segunda reflexión al hilo de esto: ¿soy yo el único que recibe muchos menos e-mails por la tarde? O bien mucha gente se organiza para trabajar duro por la mañana y dedicar la tarde a pensar en la estrategia de control de la inflación, o estamos derivando hacia la jornada continuada por la puerta de atrás. Retomo el hilo y te pregunto: si te dieran a elegir una acción para mejorar la efectividad de tu equipo, ¿volveríais todos a la oficina? No me respondas ahora y déjame que haga una reflexión sobre la otra parte.
Hay muchas voces que, en privado, afirman que su rendimiento se ha resentido (un poco, dicen) porque el trabajo diario rutinario entre cuatro paredes les ha supuesto un duro esfuerzo, aunque tengan la mejora asociada de recibir al repartidor de Amazon o bajar al cortado matutino. De la misma forma, para mucha gente convivir con sus cónyuges e hijos durante la jornada laboral fue muy complicado y disparó muchas tensiones, entre otras porque se generaban ineficiencias durante la misma que debían ser compensadas después, lo cual generaba una espiral negativa. Creo que la soledad no es un buen ingrediente para mejorar el trabajo del equipo, máxime cuando provenimos de un sistema presencial opuesto.
¿Se puede acusar a los miembros de perder el sentido de pertenencia al equipo o al grupo? Yo diría que no y afirmo que nos estamos volviendo menos fans del trabajo en equipo (había escrito más individualistas y egoístas, pero me ha parecido que era demasiado fuerte, aunque es algo que me bulle por la cabeza) o, como mínimo, lo estamos interpretando a nuestra propia manera para adaptarnos a esa nueva realidad. Afirmo que compartir mucho no es la única condición para trabajar en equipo, de la misma forma que mantener la bola rodando sin establecer objetivos ambiciosos tampoco es trabajar en equipo.
Quizás tenga que comerme mis palabras dentro de cuatro días, y lo haré gustoso: Groucho Marx siempre ha sido mi ídolo y aquel axioma que empieza con “si no le gustan mis principios…” es un compendio de filosofía que debería estudiarse en la universidad. Y las palabras comestibles expresan mi convencimiento de que deberíamos volver, en la medida de lo posible y gradualmente, a la oficina. Y se tratará de hallar el equilibrio justo entre teletrabajo y presencial, en definir qué actividades son comunes y obligatorias, como casamos las agendas de todos para volver a sentirnos partícipes, para volver a ilusionarnos con tonterías, para volver a reírnos. No abogo por la vuelta total y permanente, ni mucho menos; hemos catado algunas ventajas del teletrabajo y no las queremos perder, sino por la vuelta racional y moderna, con apertura de mente y grandeza para superar axiomas y encasillados que obligan a tratamientos colectivos sin tener en cuenta las peculiaridades del individuo o del puesto.
UnComenzaba este artículo hablando del equipo de tres y lo remato afirmando que ese equipo es más efectivo que el de los tres teletrabajando sin cohesión y con la frialdad progresiva que estamos confiriendo a esos equipos. Ya está, ya he vuelto a abrir la espita de la polémica. Ojalá sirva para encontrar un punto medio flexible y motivante para todos.