No podía ser cierto. ¿Por qué le tenía que pasar todo a él? ¿No había nadie más para
contagiarse de COVID? Quizás le pasaba por tonto, por responsable, por solidario, por hacerse
el test aún a sabiendas de que no se encontraba mal, pero la presencia de esos síntomas de
toses, la garganta, etc. le hizo acercarse a la farmacia y pedir el dichoso palito, y la confirmación
llegó como un disparo: positivo. Y tiene bemoles que lo había pillado por tercera vez, que él
supiese. Y todavía tiene más narices reparar en que los medios asignan a esta ola unos
síntomas más benignos cuando él lo estaba pasando peor y sospechaba que iba a ser una
bomba vírica una temporada.
No sé en qué ola de COVID estamos; quizás la octava o la novena, porque en verano del
pasado año nos dijeron que era la séptima. No hay estadísticas de contagio desde que el
gobierno declaró el fin de la pandemia en julio de 2023, pero la calle dice que hay una nueva
ola desde el pasado junio; si te afecta a ti, a tu cuñado y a alguien más de tu familia diremos
que es una ola muy contagiosa, con los hospitales desbordados y el sistema sanitario a punto
de colapsar. Falso: hay indicadores no oficiales que sitúan la incidencia en 137 casos por cada
cien mil habitantes, mayor que la del mes de diciembre, pero sin forzar el sistema hospitalario,
que acoge a un número mayor de ingresos sin llegar a saturarlo, y siendo algunos de ellos
ingresos preventivos que no se hubiesen producido en tiempos de mayor severidad del virus.
Todo eso no son más que números fríos y estadísticas para mayor gloria del gobierno de turno.
Al hacer zoom y descender a la realidad individual eso se transforma en que estás
diagnosticado, auto diagnosticado, y te enfrentas a decisiones que antes no tenías que tomar:
¿Me aíslo? ¿Voy a trabajar? ¿Cojo la baja? Curiosamente las autoridades sanitarias han dejado
la responsabilidad de esas decisiones a tu criterio individual, y al de la empresa que te paga; lo
que está claro es que tu médico de cabecera no te va a dar la baja ya que, hablando de la
mayoría de los casos, los síntomas son equivalentes a los de un resfriado, un trancazo define
bien ese estado, o una gripe, y en ambos casos no son susceptibles de baja.
Por tanto, te encuentras en la disyuntiva de decidir si vas a trabajar, o no. Te encuentras
razonablemente bien, hoy no tienes fiebre y no estás en ese estado de derrota total en que la
cama llama a tu cuerpo como las sirenas a Ulises; es cierto que toses, y quizás tu cara sea un
reflejo de una situación que dista de la óptima, pero estás razonablemente bien para ir a tu
trabajo, igual que hace unos meses cuando pillaste aquel catarro. Es cierto que cuando vemos
toser a alguien, cualquiera que sea la causa, le asignamos inmediatamente el estigma COVID y
pasamos a considerarlo apestado, herencia indeseada de una pandemia que nos ha castigado
duramente.
Espera, vas a hacer algo mejor: se lo dices al compañero de PRL y que él, parte de la empresa,
tome las decisiones por ti y por tus compañeros. Al fin y al cabo, está pagado para proteger la
salud de los trabajadores, ¿no? Y resulta que te dice que la empresa no tiene una política en
este sentido, y que depende de la responsabilidad individual: no es lo mismo que trabajes en
una cadena de producción en que si contagias a tus compañeros cercanos puedes parar la
cadena en uno o dos días, que si trabajas en un departamento de Administración donde tu
trabajo puede ser terminado mañana si hoy no estás en condiciones.
Estos tipos no se mojan ni debajo del agua. En resumen, tu médico de cabecera no te da la baja (y por supuesto no es accidente laboral como fue en su momento) y la empresa no te va a dar días libres para que te recuperes, ni tú estás dispuesto a usar tus días de vacaciones o de libre disposición para
intentar no propagar un contagio; por tanto, parece obvio que la única opción es la de volver a
trabajar. Y al tipo de Recursos Humanos ni le preguntas porque ya sabes que la respuesta será ambigua.
Venga, vamos a trabajar pues.
La primera decisión es si lo haces público o no. ¿Se lo dices a tu jefe para que te mire de soslayo mientras se tapa la boca discretamente con la mano y te asigna tareas que puedas hacer solo o, como mínimo, lejos de él? ¿Se lo dices a tus compañeros restándole importancia e incluso bromeando con que vais a compartir algo más que trabajo y las apuestas de la Primitiva semanal? ¿O te callas y culpas al tabaco de la tos, mientras procuras ser responsable y no acercarte mucho a los demás?
Eres un buen tipo, responsable, con un bis social desarrollado, por lo que no tienes
inconveniente en comunicarlo abiertamente, sin hacer un post en la Intranet, pero sin esconder
algo de lo que no tienes por qué avergonzarte. Martínez te va a mirar con displicencia, con esa
superioridad moral del que lo sabe todo y que identifica tu presencia en el trabajo con una
actitud «peloteril». García, siempre tan cercano y proclive al «colegueo», se va a mostrar distante y te evitará todo lo que pueda. Gandúlez criticará a la empresa por permitir que vuelvas a
trabajar poniendo en riesgo al resto de trabajadores. Pérez, tu querida jefa, va a cancelar toda
reunión contigo en los próximos días porque está tremendamente ocupada. Eso sí, nadie
reconocerá que te están haciendo el vacío, ni “bullying” ni nada parecido.
Entonces ¿mejor no decir nada a sabiendas de que eres positivo? En una interacción normal
con tus compañeros vas a expandir el virus; sabemos que la carga viral no se contagia igual
durante todo el proceso, pero es razonable pensar que alguno caerá. Un momento…Martínez
estuvo hace unos días tosiendo, pero afirmó que era porque había sudado haciendo deporte y
se quedó frío después…a ver si tuvo COVID y no dijo nada. ¡Qué pedazo de c…! Y Gandúlez
estuvo algunos días teletrabajando porque no se encontraba bien del todo, pero tampoco tan
mal como para estar de baja. Quizás la única diferencia entre ellos y tú es que no se hicieron el
test y tú sí. Ergo, hacerse el test no tiene ninguna consecuencia ni ventaja, más allá del
conocimiento; dado que la gravedad del contagio no es severa, realmente no te añade nada
en absoluto.
Aparentemente el número de test vendidos en las farmacias se disparó después del verano
sin que hubiese una correspondencia directa con el número de positivos declarados. Es obvio
que muchos de nosotros no hemos declarado nuestro contagio y hemos continuado con una
vida cuasi normal, siguiendo exactamente la recomendación del gobierno al proclamar
triunfalista el fin de la pandemia: lo tratamos como un contagio normal de otros virus
respiratorios similares. Por tanto, ¿vale la pena que seas responsable, te hagas el test y lo
declares? En el futuro, cuando esto ya esté normalizado, probablemente no, pero ahora con la
crisis tan reciente, yo aplaudo al que lo hace y lo comunica, y va a su trabajo porque se
encuentra bien, pero se pone una mascarilla; no olvidemos que la mascarilla nos protege a
todos, o sea que mi reconocimiento a él/ella y nunca el estigma del infeccioso.
Y sí, algunos podemos teletrabajar durante un par de días porque si no el mundo se detiene.
Vale, pues hagámoslo, pero lo hacemos por nosotros mismos y por cuidar un poco a nuestro
entorno, más de lo que lo hacen algunas entidades gubernamentales. No digo que la solución sea otorgar bajas a diestro y siniestro, pero una mínima regulación, quizás unas recomendaciones de como tratar estos casos, un mero tríptico sobre el uso de mascarilla como factor protector para minimizar contagios, hubiera sido de utilidad.
El mundo post-COVID sigue su curso, normalizando el virus como uno más de los que llega y nos infecta, pero sin darle más importancia y a la espera del próximo; mientras tanto, las acciones para protegerte tú y a tu entorno, aunque sea con una simple mascarilla, son de aplaudir. Dentro de muy pocos meses este artículo estará obsoleto; mientras tanto, tienes una posición privilegiada: hagas lo que hagas estarás haciendo lo correcto y encontrarás una justificación razonable para tu decisión.
Y no le des muchas vueltas porque vamos a encontrar otros temas de discusión. Por ejemplo, yo me he encontrado con dos casos de una enfermedad que yo creía erradicada: sarna. Seguro que es un brote sin impacto, y no hace falta tomar medidas, ni habrá otros de enfermedades que nos transportan a otras décadas. ¿Seguro? Ojalá la protección dependa de la responsabilidad individual, como en este caso.