Seguro que en estos días de pandemia habéis escuchado muchas veces la tan manida frase de que “nada volverá a ser como antes”, y no solo eso sino que seguro que habéis hecho propósitos de enmienda y estáis íntimamente convencidos de que vais a cambiar hábitos poco saludables, vais a retomar relaciones o vais a dedicar tiempo a la familia, porque os habéis dado cuenta de vuestra fragilidad como seres humanos frente a un virus minúsculo que es capaz de poner en jaque a toda la sociedad. Y no lo reprocho ni pongo sordina porque yo también lo he hecho. Creo que la experiencia está siendo lo suficientemente traumática como para tomárnoslo en serio y no debemos desaprovechar la ocasión de reflexionar sobre aquellos actos que nos van a conducir a ser mejores personas y a podar esos brotes que surgían de forma natural y que no extirpábamos porque creíamos erróneamente que formaban parte de lo que la empresa, la carrera profesional o cualquier otro mantra nos exigía.
De repente nos damos cuenta que hay una miríada de circunstancias que hasta hace tres meses considerábamos como nucleares y que ahora hemos transformado en prescindibles sencillamente porque surgen otras prioridades. Después de todo va a resultar que Maaslow tenía razón y hemos sido capaces de priorizar la salud conjunta antes que los momentos de esparcimiento con los amigos, la escapada de fin de semana o aprovechar la oferta increíble de una compañía aérea de bajo coste. Es cierto que no lo hemos hecho por voluntad propia, que nos han tenido que obligar y amenazar, y que estábamos esperando para correr a las terrazas como pollos sin cabeza, pero no es menos cierto que lo hemos hecho y que esa nueva realidad (concepto que sigo denigrando) nos hará comportarnos de forma distinta. ¿O es que ya lo teníamos incluido de serie en el ADN y solo nos faltaba el empujoncito para llevarlas a cabo?
Tomemos un par de ejemplos en nuestro mundo empresarial. ¿Cuántas veces habéis oído a vuestro director general rechazar el teletrabajo por la dificultad de controlar el rendimiento, por la generación de agravios comparativos o por la insoportable sensación de que algunos nos iban a tomar el pelo? Son pocas las empresas que hoy lo tienen regulado, y muchas de ellas son tecnológicas que lo orientan a competir en la captura de cierto tipo de talento joven que se iría a la competencia si no lo ofrecen, o multinacionales que importan prácticas de otros países y obligan a sus directivos a dar ejemplo y trabajar desde casa un día cada dos semanas, por ejemplo. Y de repente hemos enviado a trabajar desde su casa a millones de empleados, sin ningún acuerdo individual ni colectivo por cierto, y nos damos cuenta de que la experiencia no ha sido mala para ninguna de las dos partes; sí, ya sé que algunos han abusado, pero apuesto una oreja a que son prácticamente los mismos que ya lo hacían cuando los obligábamos a estar en la oficina hasta que nos dábamos la vuelta. ¿Y qué hace ahora ese Director General que denostaba el teletrabajo? Pues si es inteligente, que lo es, va a tomar la iniciativa para incardinar esta práctica en los valores de la empresa y te va a empujar para regularlo y optimizarlo. Y tú, perspicaz como eres, vas a cuestionar si optimizar es sinónimo de reducción de costes y yo digo que ¿por qué no? ¿No podemos encontrar un marco adecuado para que a ambas partes les sea beneficioso? No debe darnos miedo una situación win-win en que el empleado trabaja desde su casa una parte de su jornada semanal o mensual, se ahorra los costes de desplazamiento, puede organizar su tiempo, mejora su conciliación familiar (no sé si lo recordáis pero existen por vuestra casa unos seres llamados hijos que tienen actividades, que buscan vuestra compañía, y que os quieren) y desarrolla un vínculo más fuerte con la empresa que la pura relación mercantilista en que no le permitíamos tener esas ventajas porque no teníamos la confianza plena en su desempeño. Porque al final se trata de eso, de confianza, y el 97% la devuelven con trabajo riguroso, más eficiente porque son capaces de estar más relajados que en la oficina y evitan las distracciones del open space. Y si ahora te das cuenta de que hemos estado regulando para el 3%, bienvenido al club de los descreídos que hemos visto la luz.
¿Y que gana la empresa? Pues una plétora de intangibles cuyos beneficios en cuanto a motivación y marca de empleador verás a medio plazo … y unos cuantos tangibles a corto plazo tales como espacio de oficinas, costes energéticos, reducción de estructura organizativa, agilidad en la gestión de proyectos, etc. Hace décadas que abogábamos por el modelo de compañías como IBM que prescindían del puesto de trabajo y optaban por un modelo de cubículos compartidos en que el empleado que iba a la oficina se conectaba y trabajaba exactamente de la misma forma que desde cualquier otro cubículo; es cierto que se despersonaliza porque no puedes poner la foto de tus niños y nunca sabes quién va a estar en el contiguo pero tiene muchas otras ventajas. ¿Estamos yendo hacia ese modelo? Estoy convencido de que sí, y bienvenido sea, porque los avances tecnológicos nos permiten reunirnos, compartir ficheros, hacer sesiones virtuales de trabajo, etc sin tener que montar macroreuniones a mayor gloria del organizador. Y eso vale para todos los ámbitos ¿o no hemos negociado ERTE’s y lo que ha hecho falta con Comités y Sindicatos por Teams, Zoom, Webex o lo que sea?
La segunda reflexión sobre prácticas a revisar tiene más que ver con actitudes individuales. Hace tiempo que le daba vueltas al mal uso de LinkedIn y la deriva comercial que sufre una red para contactos profesionales, cuando leo hace un par de semanas un excelente post (¡mecachis! otra vez se me han adelantado) publicado por Óscar Alcoberro, de Otsuka Pharmaceutical, un tipo brillante que reflexiona sobre por qué hemos de aguantar a comerciales que nos envían mensajes de un palmo con las virtudes de su producto (tenemos muchas afinidades y trayectoria común por lo que seguro que te interesa el software xxx…), que nos fijan la agenda (el miércoles a las 9 estoy por tu zona, bloquéate la agenda y nos conocemos!!), o que se mosquean porque te envió un mensaje hace dos días y has tenido la desfachatez de no contestarle, etc y coincido con él en que esta nueva realidad voy a practicar el noble arte de bloquearlos cuando hasta hace un trimestre simplemente los ignoraba, pero no conseguía evitar que volviesen a la carga con la proverbial insistencia del vendedor con hambre canina. Pues sí, Óscar, quizás es el momento de explorar esos nuevos yo que todos llevamos dentro, más honestos con nosotros mismos y con los demás.
Puedes adornar este final de artículo con la melodía del Canto del Loco cuando afirmaba que nada volverá ser como antes, o puedes ensayar un gesto displicente porque estás convencido de que volveremos a las prácticas anteriores como el burro que da vueltas a la misma noria de forma incansable. O puedes tomarlo como una oportunidad de profundizar en un modelo organizativo y personal distinto al que, te guste o no, te van a conducir las circunstancias, o sea que casi mejor provocarlo para tener un poco más de control. Estaré encantado de discutirlo contigo dentro de unos meses.