No sé si os pasa a vosotros, que creo que a la mayoría sí, pero cada vez me cuesta más volver a la rutina después de vacaciones. Y cada vez oímos más comentarios tales como “llevo dos días de e-mails y curro y ya se me han descargado las pilas”; debe ser que esos quinientos mails que te esperaban y a los que no has hecho caso se han transformado en diez incendios que tienes que apagar como sea. ¿Me equivoco mucho? No te quejes, sabes por experiencia que en cuatro días ya no duelen las cadenas.
¡Qué gran tema para un artículo que hubiese hecho feliz a mi editor favorito! Creo que ya escribí sobre eso; seguro que me contamino de la pereza y acabo haciendo un refrito o directamente copiando un texto de otro que acaba demandándome por plagio como si fuese académico de la RAE. Hay que buscar otro tema que atraiga tu atención (claro, el lector también tiene el síndrome post-vacacional…) y sea novedoso a la par que polémico para que genere likes, comentarios, gresca, etc. ¡Ya lo tengo! ¿Qué cosa puede haber más polémica que una vicepresidenta del Gobierno animando a los trabajadores a salir a las calles y protestar contra esa patronal inmovilista con la que no se llega a acuerdos para mejorar el nivel de vida de la clase trabajadora? Yo he visto fotos y declaraciones de loa y alabanza hacia esos mismos cuando se lograban acuerdos; debe ser el arte de la política y los intereses electorales futuros, pero es igualmente obvio, desde mi humilde atalaya, que el problema fundamental no es un movimiento táctico, sino la amenaza de otra crisis, la enésima. ¿Estamos a las puertas de otra crisis? No lo sé; tan solo echando un vistazo a los indicadores de prospección de los resultados empresariales, la incertidumbre sobre la crudeza del invierno, los costes de la energía, la inflación, etc, me hace pensar que deberíamos ser cautos y tomar estrategias conservadoras. Tenemos experiencias recientes en que hemos subestimado con cierta alegría la gravedad de la crisis y que eso ha redundado en la profundidad posterior de la misma; por tanto, ¿seguimos haciendo un tancredo o comenzamos a recortar inversiones en proyectos y en gastos no imprescindibles, incluyendo la no contratación de empleados para puestos que no sean fundamentales? Ya hay multinacionales que están distribuyendo mensajes de cautela y orientando políticas en ese sentido.
También deberíamos tener cuidado con estas decisiones porque podríamos estar abundando en las profecías que se autocumplen, bien conocido en economía. La falta de confianza general hace que, a nivel familiar y empresarial, pensemos que va a haber una crisis por lo que frenamos gastos e inversiones, retraemos el consumo, aumenta el desempleo, el Estado recorta sus prestaciones porque tiene menos ingresos y tenemos una crisis de dimensiones bíblicas sin un origen determinante. La solución es simple: mantengamos el consumo, tengamos confianza…pero el BCE acaba de subir 0,75% el precio del dinero porque el enemigo parece ser la inflación. Cuarteles de invierno. Veremos.
El tema es farragoso para la astenia post-vacacional y abunda en mi propensión a la procrastinación: ya trataré el tema cuando tengamos más datos y entonces seguro que acierto. Pues habrá que buscar otro filón. ¿Probamos con la política económica de ahorro energético del Gobierno más allá de la anécdota corbatil del Presidente? La temperatura del aire acondicionado ha pasado a ser la estrella; la iluminación de los escaparates no le va a la zaga, así como los leds navideños del alcalde de Vigo o de Madrid…y gastamos ríos de tinta en estas distracciones cuando hasta hace pocos días no han rectificado su política sobre cogeneración ni he visto una política sólida de ayuda a las empresas, que recordemos que son las que generan empleo. Al hilo de esto, me preocupa enormemente la pléyade de empleados jóvenes y menos jóvenes que aspiran a opositar a un puesto fijo en cualquiera de las múltiples administraciones, y que incluso dejan su trabajo para dedicarse a esos menesteres; creo que estaréis de acuerdo en que sociológicamente es muy preocupante.
¿Estamos seguros de que subir la temperatura de una nave en un proceso productivo no disminuye la productividad y la calidad? Hay normativa laboral sobre el tema y hay que respetarla más allá de esas declaraciones correctivas sobre si es 25º o 27º C en según qué casos; aún recuerdo la cara de pasmo que puse cuando me pararon un par de plantas enormes porque la temperatura en el interior llegaba a 26ºC…en Hungría. En fin, otro ejemplo de gobernar para los titulares de prensa.
¡Buff…! Otro tema para desarrollar en algún momento, ya si eso.
Y me pongo a leer el artículo de La Vanguardia que me pasa Toni Solé sobre cómo encarar la vuelta a la oficina y los beneficios para la salud mental. Esto sí que es un chute de optimismo porque podemos encontrar algo positivo en una actividad que denostamos: la vuelta a la vida social, la rutina como precursor de buenos hábitos, el ejercicio físico regular y sin excusas para mejorar la autoestima entre otras cosas, la promoción de la salud en el trabajo, etc. ¡Pues mira qué bien! Ya vale de haraganear y comenzar una espiral negativa: sois unos privilegiados o sea que ya vale de excusas y a disfrutar del trabajo, que hay que decíroslo todo.
Y ya solo me falta descubrir si eso que me pasa, que nos pasa a casi todos, tiene algún nombre de síndrome raro…¡y lo tiene! Recibo un e-mail de una aseguradora sanitaria líder cuyo título es “¿Cómo evitar sufrir TAE con el fin del verano?” No, compañeros, no es la Tasa Anual Equivalente a que nos han acostumbrado los bancos en su publicidad: es el Trastorno Afectivo Emocional que consiste en cambios emocionales coincidentes con el comienzo o final de una estación, por el que nos sentimos más tristes en otoño e invierno cuando los días se acortan y más animados cuando sucede lo contrario. También leo que al aumentar la edad disminuye el riesgo de padecer esta depresión estacional. No puede ser cierto, otra cosa que nos está vedada a los seniors. Me niego a aceptarlo; ahora que he sabido qué me pasa reivindico el derecho a poder disfrutar de mi TAE en libertad. Y eso me justifica plenamente para enunciar temas en este artículo sin haber profundizado en ninguno de ellos. ¡Qué pereza!