No se lo podía creer. Bueno, sí, pero prefería no hacerlo. No podía ser que cada año viniese alguno de sus compañeros del Comité de Dirección con la misma milonga: Luis (este es el caso del 2024 pero el año pasado fue Lucas, y el anterior Laura, etc) se está divorciando, está muy afectado emocionalmente sobre todo por los niños, no está en condiciones de trabajar pero le conviene estar activo por lo que le deberíamos dejar que venga a la oficina pero a su ritmo, sin presión, y facilitarle el proceso para que no sufra adicionalmente. O sea, que debíamos admitir que Luis iba a estar trabajando a medio gas, a su ritmo, los próximos meses. Aunque su jefe clamaba a los cuatro vientos que Luis era clave y un gran trabajador, ella pensaba que no iban a notar en exceso si no estaba al 100%, y que quizás lo notaría más el proveedor de café. En fin, cada año la misma historia.
Y nada más colgar el teléfono le entró una llamada de Teams del Director Financiero. Su departamento estaba a punto de implantar un nuevo desarrollo de software en el último trimestre y habían vuelto de la pausa vacacional con una actitud menos comprometida, más displicente, como desmotivados, más enfocados en enseñar las fotos del viaje familiar o de las juergas en el festival de no sé dónde que en trabajar activamente en el proyecto, además del cierre mensual y la preparación del presupuesto. Veía un problema serio y un riesgo para la empresa, y proponía montarles alguna actividad extralaboral con un buen ágape y relajar un poco las normas de fichaje temporalmente hasta que volviesen a la rutina, incluyendo más teletrabajo si querían. Pues nada, otro precedente. El primer día de vuelta de vacaciones se estaba convirtiendo en un dramón y lo peor de todo es que ella también estaba en modo asténico, medio deprimida: estaba fatigada, no había dormido bien, parecía que le faltaba recargar la mitad de la batería cuando había conseguido estar tres semanas en la playa tostándose por ambos lados como San Lorenzo en la parrilla.
La secretaria del Director General tampoco estaba fina. Se la había encontrado llorando en el baño porque no se sentía con fuerzas para enfrentarse a los trescientos mails sin leer amén de los caprichos de su jefe, que había vuelto especialmente tenso y agobiado. Sí, tenían un montón de trabajo por delante y no sabía ni por donde comenzar; la frase “no puedo con mi vida”, tan manida en las series de la tele, le venía al pelo. Tras consolarla y reconfortarla, el diagnóstico le quedó claro: estrés y ansiedad posvacacional. Otro problema a corto plazo.
Pero ¿qué diablos pasaba allí? ¿Habían contaminado el aire? Sí, había leído sobre el síndrome postvacacional, y muchos de estos síntomas eran reconocibles. Las vacaciones son ese momento dedicado al hedonismo, al disfrute con familia y amigos, a cargar el cuerpo de energía para la segunda parte del año, nada que ver con lo que se estaba encontrando; deberíamos volver a tope, dispuestos a comernos el mundo y lo que nos comíamos eran una serie de marrones – si se me permite la salida de tono – que ahora caían en su mesa y no estaba dispuesta a tolerarlo: Luis tenía un moreno de revista y no parecía muy destrozado cuando se lo encontró en la fiesta del pueblo vecino con sus amigos (amigotes quizás). La secretaria podía haber llenado un servidor de IT con las fotos y videos que colgó en sus vacaciones, y que ella misma le había mostrado en el parking antes de entrar. Y los de Finanzas no parecían muy hundidos cuando los vio en la máquina de café a primera hora de la mañana, antes de que llegase el jefe.
No hace falta ser un lince para interpretar la estadística del CGPJ: septiembre es el mes en que se presentan más demandas de divorcio. Si obviamos el hecho de que los juzgados de familia suelen estar cerrados en agosto, quizás valdría la pena meditar un poco sobre las causas:
- La convivencia: durante el resto del año estamos con nuestras parejas menos tiempo, circunstancia que queremos corregir en vacaciones… y se transforma en una condena cuando nos damos cuenta de que ellos se han convertido de golpe en barrigones calvorotas y a ellas les pandea el bíceps, y todos sabemos que esas son cuestiones insoslayables que conducen inexorablemente al divorcio. No olvidemos que el concepto vacaciones incluye también la familia política (¿toda?), las responsabilidades con los niños, la pintura y redecoración de casa, etc, todos ellos una fuente de reproches
- La constatación de que a pesar de las pagas extras la economía familiar no va, y nos aporta nueva munición de reproches con lo que te gastaste en Navidad y quemó la Visa de todo el año, lo mismo que tú y la bici eléctrica, sí pero yo no me hice una estética que no te ha servido para nada, etc ¿Os suena?
- Las expectativas no cumplidas: procrastinamos durante el año dejando para el verano ese tiempo de calidad con nuestra pareja y justo cuando íbamos a hablar en serio se duerme viendo “Saber y ganar”
- La acumulación de conflictos durante el año, quizás de baja intensidad, que se agrupan en verano con la intensidad de un bombardeo. La vuelta a la rutina después de vacaciones no nos devuelve a la casilla de salida sino a un estado más empobrecido de la relación, insoportable
- Las infidelidades. Parece que somos más infieles en verano, vaya usted a saber por qué, quizás por el calorcito. Y eso no lo perdono (a saber cuántas veces habrá pasado antes), y si encima concurren algunas de las otras causas no hay más que hablar.
Visto todo esto podría parecer que lo único que nos mantiene unidos son las hipotecas y no dañar emocionalmente a los hijos, factores importantes pero no nucleares para la gran mayoría de parejas que se mantienen unidas por amor. ¿Nos divorciamos más en verano? Quizás un poco pero no lo suficiente como para hacer categoría de la excepción y menos aún para darle más cuerda a Luis: no vamos a alimentar una profecía que se autocumpla.
Y se acordó de todos los años, muchos ya, en que había vuelto a trabajar y le había costado, vaya si le había costado, pero nunca necesitó medidas especiales para volver a la rutina como le pedían en Finanzas. Que si la astenia, que si la depresión post, que si la montaña de volver a la rutina, … que sí, que todos habían leído eso en artículos de internet y se autodiagnosticaban los síntomas y proponían soluciones muy en línea con lo que reclamaban el resto del año. Pues no estaba por la labor, y menos a hacer excepciones. Esto se curaba con un no rotundo y la afirmación de que aceptaría cualquier baja médica expedida por un facultativo (igual encontraban alguno, manda gü….!), y seguro que en dos días se habían olvidado, como había pasado otras veces.
Y la montaña de mails de la secretaria, del mismo tamaño que la del resto de compañeros, sería tratada con una prescripción a base de escucha recurrente de quejas (algunas personales, otras profesionales), un mimo por parte de su jefe aunque no le saliese de natural y un par de consejos sobre por qué asuntos empezar, fácil para ella porque lo hacía cada día. Otro caso para no hacer nada. O sea que no había nada por lo que preocuparse. ¿O sí?
¿Era una sucesión de hechos recurrentes cada año pero que aumentaban tanto en síntomas como en número? ¿O una tendencia sociológica por la acumulación de estrés, periodos largos de rutina laboral y familiar, y patrón de vacaciones largo que puede convertirse en otra rutina? Si la respuesta es B, parece que la empresa puede tener algo de culpa haciendo caso al argumentario de esas generaciones que siempre buscan en el Estado o en la empresa una solución a sus problemas. ¿Y qué hacemos? Aquí sí que tuvo que reflexionar más largo y tendido por lo inhabitual de la pregunta:
- Si el modelo de vacaciones con parada larga (desconecta!) en verano se hace demasiado largo y la vuelta se hace dura hasta el hecho de no recordar las contraseñas ¿no sería mejor un modelo con vacaciones más cortas pero más frecuentes? Quizás no desconectes tanto pero eso compensa con que no tengas síndrome posvacacional. Probablemente sea incluso más productivo para muchas empresas. Y que levante la mano quien en algún momento de vacaciones no haya dicho que se le estaba haciendo largo y quería volver.
- Ofrecer una vuelta gradual después de vacaciones, o como parte de las mismas. O aumentar el tiempo de teletrabajo, si es posible, durante unas semanas.
- Has dado cursos de mindfulness y han gustado. Quizás es el momento de preparar alguno sobre equilibrio antes/después de vacaciones, gestión de la montaña de mails y actividades impostergables, etc. No debería cubrir solo la parte laboral sino también la personal (escuchar, tocar, perdonar, empatizar,…)
- Fomenta entornos o grupos intradepartamentales para expresar cómo se sienten. No es necesaria una reunión de Alcohólicos Anónimos, basta con una charla grupal para que puedan transmitir quejas a su director y que este les escuche activamente.
- La actividad física y el cuidado ayudan. Prepara actividades saludables para el equipo, ofrece yoga (por ejemplo), impulsa menús más equilibrados en la cantina, distribuye fruta, …
- Asegúrate de que tienen suficiente descanso, y de que no sea por tu culpa si no lo tienen
- Los objetivos grandes y ambiciosos a largo plazo pueden contribuir a generar ansiedad en este entorno. Considera establecer objetivos menos ambiciosos pero a corto plazo (que en conjunto equivalen al original de largo plazo)
- Ofrece ayuda psicológica. Cada vez hay más gabinetes que ofrecen a las empresas bonos de x sesiones para ser utilizadas por los empleados a quienes les haga falta
Bueno, no estaba mal, máxime teniendo en cuenta que estaba lidiando con su propia astenia. Por primera vez en las últimas décadas pensó que el síndrome posvacacional le había servido para algo. Entonces reparó en que solo le faltaban 48 semanas para tener otra vez tres de vacaciones y se llenó de pensamientos negros: Volver al trabajo después de las vacaciones es como descubrir que esa luz al final del túnel es solo la nevera vacía o como despertarse de una buena siesta para darse cuenta de que aún es lunes.