No podía ser verdad. Debía estar metido en un sueño y al despertar se maravillaría de cómo había podido angustiarse tanto por esa nimiedad, de cómo el subconsciente le había jugado una mala pasada con miedos infundados, y se relajaría con la vuelta a la normalidad: su departamento trabajando a tope, como un reloj, sin importar las horas y el esfuerzo individual para dar a la organización ese contenido profesional que les había granjeado una reputación superior. No podía ser verdad pero tardaba en despertarse por lo que empezó a considerar seriamente, ventajas de la aplicación del método científico, que era cierto y que el último episodio, indigerible hasta el sufrimiento, significaba la gota que colmaba el vaso. Era el momento de poner todas las piezas encima de la mesa e intentar armar el puzzle: él era el director del departamento de Obsolescencia Íntegra Programada de una multinacional europea, llevaba más de 10 años gestionando con guante de seda un grupo de 15 personas, había conseguido hacer de ellos un equipo pese a las reticencias iniciales a alguno de sus métodos, y tenía a gala cumplir sus compromisos, entre ellos la entrega del Informe Técnico General, ese informe que por primera vez no iba a poder entregar antes del 10 de agosto. Y en este punto la úlcera le recordó que eso no pasaría bajo ningún concepto.
Y menos con amenazas. Le importaba un comino que hubiesen ido a ver al Comité, como si iban a ver al Papa de Roma, o que la Directora General le llamase para pedirle que revisase sus prioridades; ya la iba conociendo y sabía que ahora parecía que aflojaba la mano pero luego le recordaría en su variable que no había cumplido sus objetivos. ¿Por qué habían recurrido al Comité si siempre lo habían hablado de forma madura? Bien es verdad que siempre los había convencido con su labia y alguna presión, amenazas que no pensaba cumplir porque muchos eran como de su familia, pero esta vez se habían pasado: ¿qué querían decir con eso de que las vacaciones son sagradas? Sí, era cierto que se las había autorizado hacía unos meses, pero todo el mundo sabía que eso era tentativo, una declaración de intenciones que se cumplía si las cosas iban como se esperaba. Y no era menos cierto que no había sido así: dos de sus empleados clave habían desertado (baja voluntaria no era más que un eufemismo para disfrazar la realidad de su falta de compromiso con OIP) y otros dos estaban de baja larga, uno de ellos por paternidad (como esto siga así ser padre va a ser un chollo). Por tanto, las circunstancias habían cambiado y estaba en su derecho de modificar las vacaciones, y como no estaban de acuerdo lo había decidido unilateralmente, y punto.
Realmente no les había cancelado las vacaciones, tan solo se las había movido un poco para asegurar que el ITG se entregaba a tiempo; además, eso de tomarse tres semanas seguidas era un exceso si realmente con la pandemia no podrían ir a ningún sitio. Había sido generoso y les dejaba tomarse dos semanas seguidas, y solo les pedía que estuviesen atentos por si se les requería para preparar algún Excel o revisar algunos datos, nada que les supusiera mucho tiempo. Y estos desagradecidos se quejan y le hablan de esos cuentos chinos del derecho a la desconexión digital, de la correcta separación entre vida personal y laboral, del derecho a las vacaciones y otra serie de milongas; seguro que no se acordaban de lo que había hecho por ellos, del año y pico que llevaban en casa sin demasiado control, conciliando con su familia, sin objetivos demasiado ambiciosos, aunque ciertamente habían respondido cuando les había pedido un esfuerzo adicional en la preparación de los reportes trimestrales.
Daba igual: habría que obligarlos. Por eso no se podía creer que su amiga Sonia, Directora de Recursos Humanos, le inundase de palabrería sobre sus derechos y le aconsejase que, más allá de su monumental cabreo, fuese sensible a la petición de su equipo y que tratase de encontrar una solución con ellos teniendo en cuenta que el año había sido duro para todo el mundo – nunca mejor dicho – y que necesitaba a todo su equipo fresco y motivado para afrontar la recuperación del año próximo. O sea, otra tibia que le traicionaba y dejaba tirado.
Realmente no se esperaba un bofetón de este calado así que decidió activar el no disponible en Teams, salió a la terraza de su casa con su café y un dulce y dejó que el sol cargase sus baterías. Sin duda fue beneficioso porque le permitió verlo desde otra perspectiva: Sonia tenía razón en algunas cosas y quizás era tiempo de pasar página. El sol también le cargó de razones que le fueron de utilidad cuando llamó a su jefa para informarle que el ITG no estaría antes del 25 de agosto porque había decidido respetar las vacaciones acordadas; para su sorpresa, a ella le pareció bien el cambio de decisión y le manifestó que el retraso no era relevante porque ella también se iba de vacaciones y no lo revisaría hasta su vuelta.
El chute de adrenalina fue todavía superior cuando convocó a todo el equipo y les comunicó no solo que respetaría las vacaciones acordadas, todos tres semanas seguidas, sino que además, para evitar tentaciones, les ordenaba a todos dejar sus ordenadores en la oficina durante ese periodo. Y no solo eso: por primera vez desde su incorporación a la empresa, él también iba a disfrutar de tres semanas seguidas porque los mismos argumentos eran también aplicables a los jefes; eso sí, excepcionalmente se llevaría el PC por si acaso no podía aguantar el mono. Su equipo, una vez que se dieron cuenta de que era en serio y que no había ninguna cámara oculta, se lo agradecieron hasta hacerle casi emocionar y comenzaron un rosario de ofrecimientos para conciliar sus vacaciones y las necesidades del OIP, todo en un tono constructivo que le dejó anonadado. ¿Eran los mismos que habían acudido al Comité? Sí; por tanto, quizás era él quien había cambiado. No se hizo demasiadas ilusiones acerca de construir un modelo nuevo de relación y todas esas cosas de gurús y escuelas de negocios, pero era obvio que habían dado un pequeño paso en la dirección correcta. Como mínimo, volverían a trabajar descansados (menos los que tuviesen hijos pequeños), con la mente limpia, vacunados, y dispuestos a trabajar duro, sintiendo que podían contar con su jefe. Verdaderamente un día para no olvidar.