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Odiaba tener que parafrasear a un tipo que estaba en las antípodas ideológicas, pero no había forma de describir mejor lo que estaba viviendo: ¡Manda güevos!, como dijo el incomparable Federico Trillo, entonces presidente del Congreso, marzo de 1997, por un micrófono inadvertidamente abierto cuando se votaba la disposición transitoria segunda de una ley.

Pues bien, a él, ¡¡a él!!, que llevaba treinta años partiéndose el pecho por el sindicato, le abordó un jovencito de la directiva nacional, con vestir elegantemente descuidado, manos de no haber trabajado en nada físico y modales como los de la empresa, y vino a decirle que se moderara en el lenguaje y en las formas porque ese estilo rudo ya estaba pasado de moda y no les ayudaba en la captación ni en el relato. Bueno, quizás no le dijo eso exactamente así pero es lo que entendió, y si no fue así el problema era del otro que no había transmitido con claridad.

Tiempos pasados vs. presente

¡Qué tiempos aquellos cuando todo estaba clarito! Hace 30 años, los sindicatos éramos los jefes en la defensa de los derechos laborales. Los trabajadores estaban más unidos, sobre todo en las fábricas y talleres. Los sindicatos tenían una jerarquía bien definida, con representantes fuertes en los comités de empresa y líderes que no se andaban con chiquitas; las luchas eran directas y en grupo, peleando por mejores sueldos, menos horas de jornada y trabajos estables.

La gente participaba más, se sentían parte de una comunidad de lucha y se identificaban con los valores del sindicalismo. En esos tiempos, convocar paros y huelgas era pan comido, y ahora parece que hay que pedir permiso y hacer mil amagos antes de usar ese recurso que siempre había funcionado de cojones.

La precarización del empleo

¿Y por qué había pasado eso? El repeinado le dijo que uno de los cambios más grandes en los últimos 30 años había sido la precarización del empleo; antes, los trabajadores sindicalizados tenían más estabilidad laboral, con contratos fijos y mejores sueldos, eran de los nuestros. Pero ahora, con la externalización de trabajos, la flexibilización laboral y la globalización, el mercado laboral ha cambiado mucho, y hoy la situación de los trabajadores es mucho más incierta: los contratos temporales, los trabajos a tiempo parcial y la subcontratación son mucho más comunes.

Una vez filtrado, él entendió que las luchas ahora son por sobrevivir en el trabajo más que por mejoras grandes. Las conquistas del pasado parecen cada vez más difíciles de alcanzar, y encima cada vez hay menos compañeros que se significan y publican su afiliación para que les descuenten la cuota de la nómina.

Y el puñetero individualismo de los jóvenes, que son más listos que nadie, lo saben todo porque lo han visto en Internet o en el Chatnoséqué pero son unos lerdos y los torean como quieren, y encima les hacen creer que consiguen cosas mejores que los otros cuando la patronal usa esa táctica para dividirlos. ¿Pero cómo podían estar tan ciegos?

La pérdida de solidaridad

Otro aspecto que le comentó el compañero fue que también se ha perdido un factor clave en la lucha sindical: la solidaridad. Hace 30 años, la solidaridad entre los trabajadores era palpable y los paros generales o sectoriales eran instrumentos clave para presionar a la patronal y al gobierno. Los sindicalistas de a pie participaban activamente en la organización de estos eventos (¡Cuántas guardias a sus espaldas! ¡Cuántos piquetes informativos, vosotros ya me entendéis!), y la unidad de los trabajadores se veía como un factor esencial para ganar.

Hoy en día, las huelgas son menos frecuentes (0.12 días de huelga por empleado en el año 2024, once veces menos que el promedio del quinquenio 1990-1994); el sindicalismo ha optado por nuevas formas de lucha, como la negociación individual y el diálogo con las empresas para lograr pequeños avances. El contexto político y económico actual, junto con la pérdida de poder de los sindicatos en muchos sectores, ha hecho que los métodos tradicionales sean menos efectivos; la desconfianza hacia los sindicatos ha causado también una disminución en la participación en estas actividades.

El cambio en las relaciones de poder

La conversación le estaba amargando: no podía venir un iluminado a destruirle la base de sus creencias. Era cierto que en los años 80 y 90 los sindicatos eran vistos como una contraparte poderosa ante la patronal y el Estado. Las negociaciones colectivas eran un proceso en el que los sindicatos representaban a la mayoría de los trabajadores en un frente común.

Sin embargo, con la desregulación laboral y las reformas neoliberales de las últimas décadas, las relaciones de poder estaban cambiando, le dijo el compañero, hasta el punto de que sindicatos sienten que han debilitado su capacidad de negociación y que el poder de la patronal ha aumentado. Bueno, recientemente esto igual no era así del todo, pero él tenía que mantener a pies juntillas el discurso oficial del sindicato, en eso era muy bueno, a pesar de que la ministra en los últimos años les había echado algunos capotes – en algunos casos hasta demasiado para su gusto – como que no tenía ningún sentido que ocho o diez personas en diferentes empresas se cogiesen cinco días para cuidar a un familiar que había sufrido cirugía ambulatoria.

La desconfianza hacia los sindicatos

Y siguió. No entendía qué manía le había entrado con los treinta años: él ya luchaba en las trincheras sindicales mientras el otro jugaba al Tetris en la Game Boy. Hace tres décadas, los sindicatos gozaban de un respeto y reconocimiento generalizado en la sociedad. A pesar de las diferencias políticas, la función de los sindicatos en la defensa de los derechos laborales era ampliamente aceptada.

Sin embargo, hoy en día existe una creciente desconfianza hacia los sindicatos. Muchos trabajadores, especialmente los jóvenes y aquellos con empleos precarios, no se sienten representados por los sindicatos tradicionales. Para un sindicalista de a pie, esta falta de apoyo es una barrera adicional en la lucha por los derechos laborales. La imagen de los sindicatos ha sido empañada por los escándalos de corrupción y el alejamiento de las bases, lo que ha llevado a un distanciamiento de los trabajadores. La confirmación de la corruptela de los ERE en Andalucía y el tópico de comer gambas pagadas por otro les iba a acompañar durante años.

Adaptarse a los nuevos tiempos

Abril 2025… Pero a pesar de todo él se negaba a aceptar que el sindicalismo que había mamado fuese a desaparecer. Le decían sus coordinadores – no sabía muy bien a qué federación pertenecían ahora – que debía adaptarse a los nuevos tiempos, y el tío le había dicho que la organización de los trabajadores en plataformas digitales, la lucha por los derechos de los trabajadores autónomos o la creación de nuevos movimientos sindicales que se alejan de los modelos tradicionales están empezando a ganar terreno, y que debían estar preparados para ello. Y se lo decía sin pestañear mientras bebía un té matcha (lo tuvo que buscar en la Wiki al volver a casa porque no quiso parecer inculto: ya sabéis que es mejor callar y parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo) y le ponía mala cara cuando él pidió su carajillo de siempre.

Reflexiones finales

Igual había que replantearse alguna cosilla. En las últimas elecciones los advenedizos de esos sindicatos nuevos que aunaban el descontento con mensajes populistas les habían pasado la mano por la cara tanto a ellos como al rival tradicional. La verdad es que habían cambiado las normas de relacionarse con la empresa, que se dedicaba a bailarles el agua y a hacerles caso sin que los nuevos se diesen cuenta de que les estaban haciendo la 13-14 y algo les levantarían.

También echaba de menos los tiempos de liderazgos fuertes en las empresas, con más vena hinchada y menos educación y corrección política. Antes discutían hasta estar a punto de llegar a las manos, y después del acuerdo se iban a comer juntos; ahora no discutían y no podían ir a comer por si alguien interpretaba que se habían vendido al capital por una simple comida. ¡Qué razón tenía Federico!

Hombre, a fuer de ser honesto debía reconocer que cada vez costaba más gestionar las expectativas de sus representados en la empresa, en la que llevaba más de esos 30 años de trabajo sin faltar ni un día. Casar las expectativas de los veteranos con las de los jóvenes, que sólo pensaban en trabajar menos y sacarse 1.500 euros para la moto y las fiestas del finde, era complicado. Por no hablar de los grupos de inmigrantes, que aspiraban a construir un modelo de relaciones que ni soñaban en sus países de origen y que suponían un cambio cultural. O de los listos que usaban al Comité para exigir permisos que estaban recogidos en la norma… si la retorcias. Y la necesidad de leer todos los papeles que le mandaba el sindicato con sentencias de tribunales y dictámenes de la Inspección de Trabajo que podían marcar jurisprudencia en sus reivindicaciones: el Social, el Superior de cada comunidad, el Supremo, la Audiencia Nacional y ahora el TJUE, le faltaba vida para leer todo eso.

No iba a reconocer que el repeinado tenía algo de razón, eso nunca, pero comenzó a barruntar que quizás le estaba pidiendo que diese un paso al lado y dejase espacio para otros compañeros. Sí, podía ser ya suficiente y le apetecía ver los toros desde la barrera; el problema era de cantera porque a pesar de que miraba y remiraba sólo veía un erial, pero seguro que eso es lo mismo que había pensado su predecesor.

Eso sí, que no contasen con él para el té matcha, por ahí no iba a pasar.

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